Anticomunismo: ellos ladran, nosotros cabalgamos

Pepa Flores, comunista

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De todos los que hemos tenido la mala o buena suerte de ser jóvenes con inquietud política, sin duda solo soy uno más al que, casi tres décadas después de su disolución, persiguen con argumentos acerca del “monstruo soviético”. A diario intentan convencernos de que el comunismo es algo acabado, herido de muerte por ese fin de la historia que anunció Fukuyama y condenado a no triunfar de nuevo. Pero al mismo tiempo, es difícil encontrar semanas, a veces días, en las que sectores de la política y comunicación no reserven parte de sus desocupadas jornadas de trabajo a volcar todo su odio y miedo contra los comunistas y su historia.

Anticomunismo

El anticomunismo siempre ha sido un mecanismo preventivo y ofensivo para la protección del orden social. El objetivo del discurso sobre la “amenaza comunista” es, como decía Eisenhower, “ganar las mentes y las voluntades” pero valiéndose para ello de falsedades históricas y desconocimiento. Sirviendo a lo largo de la historia de narrativa para justificar represión, masacres, golpes de Estado, guerras y dictaduras. Se trata de una batalla propagandística que se inicia después de que el Ejército Rojo librara a Europa del nazifascismo, y que continúa en la actualidad, extendiéndose en todos los frentes. Recrudecido en los últimos años debido, por un lado, a la irrupción de la extrema derecha parlamentaria, que aprovecha cada intervención para agitar el, según ellos, enterrado, fantasma del comunismo. Y por otro, por liberales y socialdemócratas de mente estrecha, que repitiendo el discurso escrito en Bruselas, igualan fascismo y comunismo.

Solamente prosoviética

De forma más reciente, le tocaba al folletín propagandístico El Mundo sostener la campaña de desprestigio; esta vez contra la ejemplar Pepa Flores, a quien su titular denomina Ni guapa, ni simpática, ni buenecita: prosoviética”. En su conjunto, un mal intento de florituras literarias que muestran la imagen compartida entre intelectuales desencantados, como Luis Alemany, y el resto de marionetas de la derecha acerca de la dignidad y libertad de aquellas mujeres que no se resignan a la ambigüedad y el reformismo centrista que ellos pretenden imponer. Son malas, antipáticas y feas.

La trasnochada narrativa de Alemany, muy similar a las tesis del “sexo débil” de otros mercenarios de tintero, consiste en afirmar que una mujer con ideales rechaza su propia “esencia”. Atribuible a un sentimiento de propia inseguridad, que les impide admitir la posibilidad de que una mujer sea guapa, simpática, buena y con una ideología más definida y mejor formada que la suya.

Si los perros ladran

Pero la postura del perpetuo anticomunismo falla, así de simple y así de esperanzador. Desde un punto de vista más académico podríamos afirmar que falla porque esa vigilancia constante, esa necesidad de una lucha implacable contra el marxismo, implica, de forma latente la posibilidad de su regreso. Paradójicamente lo dota de eternidad. Desde una posición más personal, casi literaria, este concepto se podría resumir en la frase atribuida a Rubén Darío:Si los perros ladran, Sancho, es señal que cabalgamos’.

Porque, pese a los embustes, retrocesos, presiones y desmembramientos que ha sufrido el movimiento comunista a nivel internacional, sigue siendo el protagonista de las pesadillas de los mayores reaccionarios de nuestro tiempo. Quizás es que son conscientes de que ladren lo que ladren, nunca tendrán ni la mitad de dignidad de la que tuvo Pepa Flores en 1984 con el puño en alto.