Vivimos con Pedro Sánchez las 24 horas previas a las Elecciones


Pedro Sánchez descansa en el salón principal de la Moncloa y añora su pisito en Pozuelo de Alarcón. En pantalón de pijama pero con la corbata roja al cuello. Hoy no se la quita. Su mujer ya sabe que antes de los días importantes todos en la casa tienen que dormir con una.  Da suerte, le replica siempre Pedro. Pero desde que comenzó la campaña electoral no se la ha quitado ni un solo día.

Coge el móvil y abre Spotify, desde que es premium y comparte cuenta con Rubalcaba –  ¿con quién? – puede desconectar y hundirse en La España que Quieres, la playlist que aúna a 3 generaciones. Pués Bad Gyal tampoco está mal, sin duda la prefiero a Malú, piensa mientras lee los cientos de post-its que tiene pegados por la habitación. En todos reza El Lema, Su Lema, del que ha empezado a dudar pero él a la chita callando: Haz que Pase. Lleva días pensando en esas tres palabras y en el día en el que se miró a la entrepierna satisfecho y se lanzó a la piscina con la moción de censura. Muchos creen que abrí la puerta a la ultraderecha – otra canción, Cuando zarpa el amor – pero esta ya se escondía en las sobremesas de café y “nieve” de Rivera y su “partido liberal”. A veces se arrepiente de sus pensamientos, un hombre tan atractivo, alto y bien parecido como él, que bien podría haber sido actor de telefim de media tarde o doblador de Stallone. Antes el guapo era Albertito, pero desde que se ha “aperroflautado” aún más, no hay quien le reconozca.

Lo de repetir el mismo discurso los dos días de debate igual no fue acertado – Lo malo, de OT – tampoco debería haberme gastado 15 euros en el libro de Abascal, sabiendo además que a Rivera se lo regalaron seguro estas navidades. Tampoco tiene claro qué defiende cuando repite y repite y repite eso de la justicia social. Parece que avanza, que se va a arriesgar, que va a abrazar a la izquierda y al final, ¡pum!, otra vez la alergia primaveral – la fiebre morada, no la amarilla – y a quedarse calentitos en el centro. ¡No es no! – grita hacia sí y su fragmentada autoestima (eso es porque ella también habló con Torra, reirían Casado y Rivera). Mentiras, no dicen más que mentiras de mí – Señoras Bien, Las Bistecs – se lamenta como el niño al que escogen el último en gimnasia y como Milhouse cuando Lisa le da calabazas. Le ha pedido a su mujer y sus hijas que durante esta última semanas le llamen Obama, el no va a pintarse la cara de negro, porque claro, entiende a las minorías, pero  ¡cuántas veces se ha empalmado con los discursos de Barack!.

Mira el móvil antes de levantarse. Otro vídeo de Pablo – Feo, Fuerte y Formal, Loquillo – no para de enviarmelos poniendo ojillos. Yo sé que quiere una respuesta, pero hasta que no me levante el día 29 y vuelva a mirarme la entrepierna no sabré si me apetecerá más un zumo de mora o el clásico de naranja. Haz que pase. Egizu.

El resto del día lo pasa en el baño, delante del espejo, con dos dudas rondándole la cabeza: teñirse las canas es señal de pulcritud o te hace parecer más curtido – o macha(ca)do – en el cargo. También es que han sido solo nueve meses, pero qué nueves meses. La moción de censura fue por la corrupción, le escribe su mujer en el espejo mientras se ducha (con corbata) antes de su lectura de buenas noches: Becoming, Michelle Obama.

Nosotros podríamos ser la pareja de moda aquí en España, Pablo, piénsaloPero a tu lado, Los Secretos.

Todo lo relatado es ficción, aunque no sabemos hasta dónde.