Vivimos con Pablo Iglesias las 24 horas previas a las Elecciones


Sábado. Pablo Iglesias, líder de Unidas Podemos. Noche anterior a las elecciones generales.

“Si no doy espectáculo no voy a ganar”, murmura Iglesias después de despedirse del taxista que le ha dejado en la puerta del chalet. “No tienen argumentos, no se puede debatir con ellos. ¿Qué voy a decir ahora?”, continúa desesperado mientras tira del picaporte. Dentro. Se encuentra a sus hijos llorando, cada cual más alto, y reza por un minuto de silencio. Abre la nevera, que en la puerta tiene pegada una foto de Pedro Sánchez, y exclama: “No me jodas, el frigorífico también huele mal. Será el pescado de ayer. A la mierda”.

Iglesias, sobrepasado por la situación y cansado de las intervenciones en los medios de comunicación, decide encender la televisión, pero en todas se encuentra a Albert Rivera y a Pablo Casado. Parecen hermanos. “Nunca me tuve que bajar de la mesa, se lamenta. “¿De verdad alguien piensa como ellos?”, grita impotente mientras come aceitunas rellenas y Rivera está sacando otro libro. Pulsa el número seis, la única televisión de izquierdas del país. Están hablando de Santi. Pablo, desesperado, busca refugio y marca el teléfono de Manuela Carmena, abuela de Iñigo Errejón.

El teléfono de «Baquelita de vela» comienza a tintinear al otro lado del muro. Errejón, perezoso y encerrado en su habitación buscando productos para el crecimiento de barba, vocea a Carmena para que responda.

Carmena: “¿Sí?” [susurra una voz de telenovela, con el puño al aire y bata de casa].

Iglesias, desanimado, pregunta por Errejón.

Iglesias: [con la voz temblorosa] “¿Puede ponerse?”, finaliza Iglesias después de que Carmena le preguntara por su madre, «Luisa».

Carmena: “Ahora le paso el teléfono”.
Iglesias: [a punto de llorar] “Gracias, Manuela”
Carmena: “vuELve a por croquetas un día, Íñigo te echa de menos, quiere divertirse contigo con el juego de mesa de «Bahía de Cochinos»”.

El líder de Podemos, impaciente, comienza a perder los nervios tras no tener respuesta de Errejón en cinco minutos. De fondo, ópera. Lloros. Irene chillando. La cámara vigilando. Los perros ladrando. Todo mal. Cuelga el teléfono irritado.

-“Me voy a la cama, mañana será un día duro, Camarada”, comenta nostálgico y mirada firme con un retrato de Joaquín Costa mientras lo sujeta con sus manos.

Antes de acostarse sale al balcón en el que, por las noches, observa España. En su España imagina el Palacio Táuride reemplazando el Ayuntamiento de Madrid. Allí, Lenin. Al otro lado, el Palacio de Miraflores. Allí, parte de sus ingresos. Suena la puerta. Ha pedido «un Glovo». Hamburguesa de un euro y Fairy. Inda lo acaba de publicar y se está chivando a Marhuenda. Joaquín Sabina y Andrés Calamaro de fondo. Que no la encuentre jamás, o sé que la mataré / Por favor solo quiero matarla / A punta de navaja, besándola una vez más”, se cuela Loquillo en la terraza. Desiste.

Iglesias, apoyado en el borde la cama, abre el segundo cajón de la mesilla. Está cansado. Mañana podría poner fin a su vida política como dirigente del partido. De Pandora, apodo del segundo cajón, saca una foto. En ella, él mismo abrazado a Errejón, a Monedero, a Bescansa, a Urbán y Luis Alegre. Se le escapa una lágrima. Abre la cama: sus sábanas de estampado de hoz y martillo le reconfortan. “El insomnio no podrá conmigo”, piensa. Y pone “Barrionalistas”, lo último de los Chikos del Maíz. Vallecas en la memoria. “Una putada que me vaya del barrio y estén a punto de bajar a segunda”, vamos Rayito, Unidas Podemos.

De Pandora, apodo del segundo cajón, saca una foto. En ella, él mismo abrazado a Errejón, a Monedero, a Bescansa, a Urbán y Luis Alegre

Todo lo relatado es ficción, aunque no sabemos hasta dónde.