Vivimos con Santiago Abascal las 24 horas previas a las Elecciones


Sábado, a 24 horas de abrir las urnas y a unas 35 de conocer el escrutinio de las elecciones generales españolas, Santiago Abascal está tirado en la cama de un conocido hotel de Madrid capital. En la mesilla de noche aún reposa un habano mal apagado contra el cenicero. La tele está encendida: alguien ha puesto LaSexta. Suena el despertador de su Huawei casi comunista. Había, meses atrás, cambiado el politono. Pensó que Manolo Escobar era una buena opción para abrir los ojos y despertar el cuerpo a diario.

Mi caaaaaarro, me lo robaronnnnn, anoooooocheeee, cuando dormííííaaaa.

Santiago abre los ojos. Mira la pantalla: son las siete. «¿Qué coño hice ayer?», se pregunta. Silencia el aparato. Se incorpora y mira al espejo. Está disfrazado de Cristobal Colón. Pega un grito. «¿Qué cojones, qué hostias hice ayer?», pronuncia ahora en voz alta. Alguien desde el baño le contesta: «Santi, me ducho y nos vamos, hay que prepararlo todo para mañana».

Era Javier Ortega-Smith y está afeitándose frente al espejo. Se había hecho un corte y para hacer el payaso había dejado un poco de vello debajo de la nariz.

Ortega-Smith: [Levantando el brazo] «¿Quién soy? [Ríe enérgico].
Abascal: [observa confuso]
Ortega-Smith: Venga, cojones, despierta tronco. Estás apollardao. Viejales. Ya no aguantas unos bailoteos y unos pacharanes.
Abascal: [frotándose los ojos] Pero…
Ortega-Smith: [corta el intento de su compañero] Ya habrá tiempo para recordar las batallitas. Hoy es nuestro día libre: pasado mañana gobernarás tu país, coño. Un poco de alegría.

Su número dos en el partido había planeado un día completo para mantener ocupado a su líder. Había cancelado entrevistas, reservado en restaurantes, pedido hora en un prestigioso centro de estética y alquilado unas películas en el videoclub de la calle contigua: El gran dictador, de Chaplin y La vida de Brian, de los Phyton (ambas recomendadas por un buen amigo).

De pronto, tocan a la puerta. Tres golpes. Toc-toc-toc. Javier abre.

Abascal: ¿Quién hostias es?
Ortega-Smith: Un masajista, cortesía del hotel. Tienes una hora. Voy a salir a por churros, ahora vengo.
Abascal: Haz que pase. [Se lamenta por las palabras escogidas para indicar con educación que el masajista entrase en la habitación].

9.00 a.m. Javier trae unas bolsas en la mano. En la otra un cucurucho enorme. «Tres docenas», señala. Tira los dulces sobre la mesa y se lo pone en la cabeza. El cucurucho le cubre entero.

Ortega-Smith: [Levantando el brazo] «¿Quién soy? [Casi ahogándose de risa]
Abascal: [sin cambiar el gesto serio] Cállate ya, tío. ¿Qué has comprado?
Ortega-Smith: Dos chándales puma. Uno rojo y uno morado. Unas Ray-Ban negras estilo aviador. Unas gorras de pizzero a juego. Tenemos que pasar desapercibidos.

13.00 p.m Javi y Santi pasean por la ciudad, encaminándose hacia el restaurante reservado muy íntimo.

Ortega-Smith: Las últimas encuestas nos daban 30 escaños. Me parto los cojones. A los progres no les salen los cálculos. Vamos a dar la sorpresa, hostia, Santi. Ya verás como hagamos mayoría absoluta. Se van a cagar todos estos hijos de puta. Jaja. Santi, joder, que ya es nuestro. España es una y es nuestra.
Abascal: [asqueado de las conversaciones monologadas de su subalterno] ¿Te vas a callar ya? Lo dejo. Me retiro. Pasas a ser número uno, Javi.
Ortega-Smith: ¿Qué polladas dices, bro?
Abascal: No estoy de broma. Solo quiero vomitar. No aguanto esta presión. Paso de caballos al galope, de banderitas rojigualdas y del poder.
Ortega-Smith: [Traga saliva, se seca el sudor] La puta resaca, debes estar delirando.
Abascal: Paga, nos vamos.
Ortega-Smith: Esto es como las bodas. Estás acobardado por los nervios. Deja de decir gilipolleces. Cuando te veas en La Casa Blanca cambiarás de opinión.
[Silencio]
Ortega-Smith: Hostia, La Moncloa. Se me ha ido.
Abascal: Se nos ha ido a todos. Deberíamos dejarlo.
Ortega-Smith: Santi, hostia. No, ahora no. Unidos podemos.
Abascal: [mirando a los ojos a su compañero] Ves, estoy obsesionado. No puedo más.

15:30 p.m Javi pide un taxi. Montan. «¿Dónde, caballeros?», espeta el conductor.

15.35 p.m «Manuela Carmena nos ha jodido la vida. Este tramo antes lo hacíamos en tres cuartos de hora», dice el propio Javier.
Ambos suben a la habitación del hotel. Santi se enciende el habano que aún seguía en el cenicero de la mesilla de noche. Javi prepara tilas de litro. Manda a dormir a su aún candidato.

17.00 p.m
Ortega-Smith
: Tómatelo.
Abascal: [con la docilidad de un perro adiestrado acepta y traga, piensa en conspiraciones: ¿Y si solo era la cabeza visible y de turco del partido? Estaban acabando con su energía. Respira hondo] Mañana nos vamos a comer las papeletas. El Parlamento es nuestro. De Madrid al cielo. Vamos a asaltar el Congreso.
Ortega-Smith: Ese es mi Santi. ¿Preparo las pipas? ¿Voy movilizando a mis contactos? Tengo un primo que maneja un tanque…
Abascal: [sin saber si hablaba en forma de broma y cansado del humor rancio de su amigo] Hablo de tomar el poder. Vamos a hacer grande el día de la democracia. Seremos historia. Nos estudiarán en el colegio.
Ortega-Smith: Te ha sentado bien la siesta, cabronazo. Me alegro.


21.00 p.m Santi entra en la ducha. Javi se pone la de Chaplin. «Hijo de puta», suelta al ver en blanco y negro un señor con bigote. Se había visto reflejado y no le había hecho ni una pizca de gracia. El agua caía sobre la espalda de Santi. Al salir, mientras se secaba, en el espejo vio algo raro:

En su culo, tatuado sobre su piel norteña, habían escrito en mayúsculas: ESTUVE EN CATALUNYA Y ME ACORDÉ DE TI.

Abascal se sintió perdido.

Todo lo relatado anteriormente es ficción, aunque no sabemos hasta dónde.