¿TRANSFOBIA O INCORRECCIÓN POLÍTICA? J.K. Rowling y la cultura de la cancela

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Qué J. K. Rowling es tránsfoba lo ha dejado bastante claro ella misma, por mucho que lo quiera disfrazar de incorrección política. Es una polémica que viene de largo: un hilo en Twitter donde no diferencia (o no quiere diferenciar) sexo y género, recomendando una tienda con una sección Gender Critical donde se venden chapas con mensajes del tipo: «Las mujeres transgénero son hombres”, «la mujer no es un disfraz”. Sumado esto a una defensa de la mujer biológica asociando la menstruación únicamente con mujeres. Pero parece que la publicación de su nueva novela ha reavivado el debate y las redes se han vuelto a incendiar. ¿Somos una generación de cristal? ¿Estamos hartas? ¿La corrección política es la nueva censura? ¿Qué supone la cultura de la cancelación? 

LA CORRECCIÓN POLÍTICA

La dictadura de lo políticamente correcto, los ofendiditos, el “ya no se puede hacer chistes de nada”, los límites del humor, la libertad de expresión, los libre pensadores y abanderados de la incorrección política. Todos estos términos que resuenan a diario y que las redes sociales hacen que retumbe su eco, como un espectro que proyecta una sombra aumentada por diez con el sol de media tarde. Parece haber dos bandos: el políticamente correcto y el políticamente incorrecto, que hasta cierto punto podrían parecer permutables. Todo depende de desde que orilla observes el mundo. 

Por la naturaleza de los términos podríamos decir que lo políticamente correcto es lo relacionado con el estatus quo, es decir, que sería una posición reaccionaria o por lo menos la continuista. Y que lo políticamente incorrecto es lo avangarde, lo transgresor, pero ¿es esto cierto? La realidad parece indicarnos lo contrarío, o por lo menos algo distinto. 

Los abanderados de la incorrección política, aquellos usuarios de Twitter con avatares que van desde el Cid con su espadón, hasta el Joker de Phoenix, en su mayoría no son más que nostálgicos de otros tiempos que añoran la libertad que les otorgaba la posición de privilegio de la que disfrutaban. No dejan de ser aquellos fans de Star Wars que quedaron horrorizado con Jar Jar Binks y que encontraron en la segunda trilogía una ofensa a las películas fundadoras del universo galáctico, estaban profanando su época dorada, su juventud. Son aquellos que mojan las sábanas con chistes homófobos, machistas y racistas, son los de “ya no se puede ni echar un piropo”. Estos que se ven como valientes héroes defensores de la libertad de expresión, son aquellos que lloriquean por las charlas LGTB en las escuelas, por el día del Orgullo o por el 8M, todo esto en un doble juego donde se ven como héroes (todo muy masculino siempre) y se identifican como víctimas de la denominada “dictadura progre”.

Decía Vallín, muy acertado, que “la corrección política es un mecanismo de autorregulación social sobre el universo ético de lo aceptable” haciendo una defensa pragmática del mecanismo. Lo que nos daría la razón y nos la quitaría al mismo tiempo ya que la corrección política no dejaría de ser algo coyuntural y los políticamente incorrectos de hoy podrían ser los políticamente correctos de mañana o los de ayer.

El universo ético aceptable nos introduciría en una trampa en la que terminaríamos hablando de la paradoja de Popper y debatiendo sobre tolerar o no tolerar lo intolerante. Pero el que sea un mecanismo autorregulador nos da la potestad de alterarlo y en última instancia, controlarlo. Es por ello que lo políticamente correcto y su nivel de tolerancia es el reflejo de la sociedad. Demos gracias de que a día de hoy los autodenominados políticamente incorrectos, que atendiendo a la definición de Vallín estarían en los márgenes del universo ético de lo aceptable, son grupúsculos muchas veces cercanos a la extrema derecha, lo que nos indicaría que de momento su discurso sigue en el margen de lo aceptable y mientras sigan hablando de «dictadura progre» será señal de que vamos ganando. 

Pero hay que permanecer ojo avizor, ya lo decía Beauvoir, en cuanto al feminismo. Lo podríamos aplicar a cualquier movimiento por cualquier derecho social conquistado. “No olvidéis jamás que bastará una crisis política, económica o religiosa para que los derechos de las mujeres vuelvan a ser cuestionados. Estos derechos nunca se dan por adquiridos, debéis permanecer vigilantes toda vuestra vida”.

Recordemos a los Arévalos, Abascales, a los Un tío blanco heteros y a los Torrentes que políticamente incorrectas eran La Veneno, Pepa Flores (Marisol) o Eloy de la Iglesia. Decirles que políticamente incorrecto fue StoneWall, la huelga de mineros contra Thatcher o él ¡Basta! de Angela Davis en primera fila del autobús y no sus payasadas y sus cacerolas, sus Colones y sus Cara al sol: los últimos coletazos de nostalgia de una época donde eran más privilegiados. 

LA GENERACIÓN DE CRISTAL Y LA CULTURA DE LA CANCELACIÓN

La cultura de la cancelación, según lo define en inglés Dictionary.com, es “una práctica popular que consiste en retirar el apoyo a personajes públicos y compañías tras haber hecho o dicho algo considerado objetable u ofensivo”.

La moda de cancelar a famosos en redes por “x” acción se ha vuelto algo habitual entre las tendencias de Twitter. Un mecanismo de denuncia que podríamos establecer su génesis, o por lo menos su estandarización, con el movimiento #MeToo donde la única forma de hacer justicia ante personas poderosas que habían cometido abusos era un juicio público.

Este mecanismo, en muy poco tiempo, se ha convertido en una herramienta con una lógica muy neoliberal, donde se ve al artista como un producto al que te subscribes y que si no hace o piensa como tú, te puedes dar de baja, con la oportunidad de publicar un tuit mostrando tu descontento. Esta capacidad de interpelar al artista, con la posibilidad real de que lea el mensaje, hace de un mecanismo que surge como última herramienta de poder hacer justicia ante caso de abuso de poder y abusos sexuales un juguete en manos de cualquiera. Así, podemos observar hashtags cancelando a “x” artista por ser de derechas o por comprarse un perro. Y ojo, no vamos a hacer una defensa de ser de derechas ni de la compra venta de mascotas, pero puede desgastar la herramienta de denuncia con la saturación de cancelaciones que nos lleve a la pasividad en el ciberactivismo (Un Mundo Feliz de Huxley).

En reacción a esto vemos como surgen escuadrones de “librepensadores” que se convierten en defensores férreos (en ocasiones más por contraposición que por afinidad) de personas como Kevin Spacey o, últimamente, de la escritora J.K. Rowling. La polémica con esta última viene de largo. Tras sus primeras declaraciones al respecto, que compartían similitudes con la facción del movimiento feminista autodenominadas TERF (Trans exclusionary radical feminist) haciendo una defensa de la mujer biológica, llegó su nueva novela. Con una sutileza asombrosa, entiéndase la ironía, trata de un asesino en serie (hombre cis) que se disfraza de mujer para acercarse a sus víctimas (mujeres). De esta forma alimenta la idea (extendida en los círculos TERF) de que las mujeres trans son hombres disfrazados que quieren ocupar los espacios femeninos y que suponen un peligro para la mujer biológica. Como era de esperar las redes se incendiaron.

¿LA CULTURA DE LA CANCELACIÓN DEBILITA LA LIBERTAD DE EXPRESIÓN?

En líneas generales podríamos decir que la fortalece la cancel culture fortalece la libertad de expresión. No se restringir a la oportunidad de rebatir o contestar. Esto no se trata de que tú no puedas contar “chistes” de determinado colectivo, de lo que se trata es de entender que determinadas acciones/declaraciones/comentarios pueden ser ofensivos para la mayoría o para un grupo de gente y estos tienen que tener la oportunidad de mostrar su desagrado. Y no, esto no sería una nueva caza de brujas, ya que se da el pequeño matiz de que las “brujas” eran mujeres muchas veces apartadas de la sociedad, marginadas, que bien por curanderas, por rebeldes o por poseer tierras, eran condenadas a la hoguera. Las personas “canceladas” suelen ser personalidades públicas que además de mantener el apoyo de sus adeptos, suelen tener un estatus económico importante.

Y si bien ha habido casos de personas que prácticamente se les ha impedido trabajar en su industria, Spacey o Allen (el cual, prácticamente ha tenido que irse a Europa para poder seguir rodando), también tenemos el caso Polansky, que lleva más de 40 años trabajando tras una condena por violación. Por lo que la efectividad de esta práctica, para bien o para mal, no es tan brutal como nos la quieren hacer ver.

J. K. Rowling y otras personalidades del mundo de las artes han firmado un manifiesto contra la cultura de la cancelación.”

Contra la cultura de la cancelación

Este manifiesto que reivindica el discurso libre, implícitamente está negando el derecho a la contestación. No se puede defender la libertad para hablar negando la oportunidad a que se te conteste libremente. Y esto actúa en ambas direcciones: no hay dos bandos. Se puede criticar, es cierto, la deriva tóxica de la cancelación, llegando a insultos personales, amenazas de muerte, etcétera. Es una toxicidad hasta cierto punto intrínseca de las redes sociales, no exclusiva de la “cultura de la cancelación”. Por lo que si hay que repensar la herramienta de la denuncia pública es en la dirección de mejorarla y hacerla efectiva, que este fundamentada en hechos y que sea consecuente, no en la dirección de eliminarla/prohibirla, porque no tendría ningún sentido en el marco de la libertad de expresión.  

Y ojo, cuidado, que esto no es una llamada a buscar tuits de hace seis años haciendo bromas sobre un colectivo u otro para justificar la cancelación de un personaje público. También hay que entender que las personas cambian y que tuitear con 100 conocidos con 18/20 años no es el mismo contexto que él de 2 millones de seguidores 6 años después. Como vemos es un mecanismo complicado y contradictorio en muchos casos. Las filias y fobias de cada uno te hacen posicionarte y medir la gravedad de las acusaciones de forma subjetiva. A tu artista favorito le puedes perdonar más que a uno que le tengas tirria.

Terminar diciendo a la señora Rowling, que más que ser una generación de cristal, la de los ofendiditos, (tal vez) somos una generación que esta harta de aguantar dinámicas de tiempos pasados y no vamos a contribuir a que sea abiertamente tránsfoba, entre otras intolerantes actitudes.