'Tierra de mujeres', tierra vaciada, tierra silenciada

No descubrimos la pólvora si apuntamos alto y decimos que la tierra vaciada, silenciada, olvidada, invisibilizada, sacudida y deliberadamente desatendida (desde el terreno cultural, social y desde la Administración) es la tierra rural: la tierra que se labra, la tierra que se pasta, la tierra que se quema (también deliberadamente esto último). Quizá sí apuntemos un poco más alto y de forma más certera si decimos que esa tierra es también tierra de mujeres.

‘Tierra de mujeres’ (Seix Barral, 2019) es un ensayo con mucho de autobiografía, mucho de rebeldía y muy poco de «postal bucólica» donde María Sánchez (Córdoba, 1989), veterinaria y divulgadora, re-semantiza el campo, qué es bajo su experiencia vital y de quién (respuesta: de quien lo trabaja, de ellas también). Ahonda en quién nos lo cuenta y lleva contando décadas (respuesta: debieran contarlo quienes lo trabajan, y en cambio nos lo cuentan desde la ciudad). Sánchez apuesta por contarnos su vida y menos mal que lo hace: descubrimos que (¿sorpresa?) la tierra que han saqueado y aun así soporta el consumo de las urbes, el mundo rural y en definitiva lo que conocemos como nuestros pueblos, se han sustentado y han sobrevivido gracias a las manos invisibles de las mujeres.

En Europa sólo el 12% de las tierras está en manos de las mujeres, así lo recoge la Federación de Asociaciones de Mujeres Rurales (FADEMUR). Asociación que también denuncia, entre otras muchas cosas, una Política Agraria Común (PAC) que las excluye del propio sector. A ellas. Una política que afecta literalmente y no de forma hiperbólica a toda la población española y que no considera la más que necesaria perspectiva de género en el campo. “No tiene en cuenta la palabra mujer”, señala Sánchez. La palabra mujer no cabe. 

“No tiene en cuenta la palabra mujer

Algunos dirán que María Sánchez, Premio Nacional de Juventud en la categoría Cultura, feminiza la narración, pero no, simplemente la desnuda, re-reivindica y re-descubre. El relato estaba ahí. La mujer siempre estuvo ahí. Fue su concepción como mujer rural la que desapareció del relato. Fue desde la ciudad y el bolígrafo del hombre omnipresente desde donde se tejió un telón de hegemonía mágica que las convertía en seres muleta (mula de carga, mula de ayuda). 

El término descubrir es hijo del concepto latino discooperire: destapar algo que estaba tapado o permanecía oculto. María Sánchez revienta el telón a través de la duda, la reflexión, la revisión, la búsqueda de la raíz de la que proviene y por encima de todo, la pregunta. La pregunta siempre fue necesaria:

¿Quién es la primera madre de todas? ¿Por qué no miramos más a los niños? ¿Conocemos nuestros árboles? (¿Y nuestra genealogía?) ¿Y si necesitamos un nuevo lenguaje para tender puentes entre el campo y la ciudad? ¿Cómo dejamos morir parte de lo que somos de esta forma? ¿Cómo aprender a mirar en las fisuras? ¿Y si el problema de la despoblación comenzó por la constante discriminación hacia las mujeres de nuestros pueblos? ¿Quién es el que cuenta la historia sobre nuestros márgenes? ¿Cómo conocer la edad de un árbol?”

Como dice Sánchez, son los que “están fuera” los que empiezan a reconocer la marca de la despoblación, la conservación y la importancia del cambio climático. Pero no pasan del titular, se quedan sólo en los conceptos. Podemos ver cómo partidos políticos se han adueñado de la lucha contra la despoblación sin salir de su oficina en la sede nacional, situada en el centro de la ciudad más poblada del territorio. 

Son mudos

Pero es que la población del mundo rural sufre la maldición de no solo tener que soportar las grandes ciudades como auténticos Atlas, es que se les arrebata el nombre, se silencia su voz, se les inferioriza a través de la idealización. Son mudos. Podríamos llegar a la conclusión de que el ganadero, el agricultor, el jornalero, los pastores y los veterinarios forman una clase social, pero no yacen el último escalafón, pues ese escalafón está reservado para ellas, (compañeras) ganaderas, agricultoras, jornaleras, pastoras y veterinarias. O incluso las que entonces, hace décadas, fueron las amas de las casas de ellos: daban de comer, les curaban, criaban a los hijos, cuidaban la casa. Esto también fue trabajo rural. Ellos, generalizando, no iban a prepararse el puchero ni a sacar adelante a los niños. Ellas tienen que sufrir ser denominadas todoterreno.

“Qué diferente puede ser el campo dependiendo del género, la familia y las circunstancias en las que no tocó nacer. Mientras unos contemplaban, observaban, cuidaban, cazaban y, a fin de cuentas, disfrutaban del campo, otras trabajaban sin descanso en él y para los demás”, recoge en este tratado rural la escritora.

El prejuicio también pesa sobre los hombros de estos Atlas: ignorantes, paletos, catetos.

Los pueblos se siguen consolidando como un lugar del que huir para buscar una salida. El 35,5 % de los castellanos y leoneses jóvenes con estudios universitarios vive fuera de Castilla y León, más del doble que la media nacional, según un estudio reciente de la Universidad Autónoma de Barcelona. Un dato que podría romper pechos y en cambio, tan normalizado, pasa desapercibido. A nadie importa que casi 3 000 jóvenes castellanos al año tengan que convertirse en emigrantes forzados en su propio país. El panorama no varía en la mayor parte de Galicia, en Asturias, Cantabria o La Mancha. 

‘Tierra de mujeres’ es un auténtico manifiesto para detener el sangrado: el campo es un lugar vital en el que hay que invertir tantísimo como en las ciudades. O más, pues nos da de comer. Es del mimo de todos los trabajadores rurales de lo que depende el consumo, la preservación de especies en peligro, la sostenibilidad de los ecosistemas. 

Más allá de tomarse un respiro, desconectar del ruido paternalista, comprar un pack de escapadas rurales por la España que no nos importa; más allá de la foto del pobre viejo paleto pastoreando; más allá de la historieta que has contado diez veces del verano, la piscina y la tía murciana: más allá del uso partidista y electoralista; más allá del prejuicio; más allá de todo esto, entender la historia desde la voz que corresponde.

El campo está muy vivo, os lo aseguro, simplemente se ha debido desconectar el cable del altavoz. “Nuestro medio rural morirá si no sabemos transmitir a los que viene de su importancia y su cuidado”, concluye María Sánchez.