Isaac Newton, el genio mezquino

Newton

«Newton fue el más grande genio y también el más afortunado dado que sólo se puede encontrar una vez un sistema que rija el mundo», Joseph Louis Lagrange. Matemático y físico franco-italiano.

Hablar de Newton en pleno siglo XXI es complicado. Para unos, Newton es ese genio de una época pasada que estableció las bases de toda ciencia actual, mientras que para otros solo será ese tipo que sentado a la sombra de un manzano, en un momento de serendipia, dio con una de las leyes más fundamentales de la naturaleza: la gravedad.

Lo primero es discutible, ya que minimiza la imagen de sus coetáneos, mientras que lo segundo parece no ser más que una de esas fábulas que tanto gustan en el imaginario colectivo, pero que reducen a lo absurdo verdaderos logros científicos. Ahora bien, para poder ver en perspectiva a este personaje histórico, es necesario hacer un pequeño viaje a la vida de un hombre tan enrevesado como lo son sus escritos.

El legado de Newton

Newton vivió lo que a día de hoy se conoce como la Revolución científica, movimiento que casi podemos decir que se apoyó en su persona. Puede que algunas de sus teorías no hayan aguantado el paso de más de tres siglos, pero lo que hace grande su figura como científico fue esa capacidad casi innata para que su ciencia hablara por él más que sus propias palabras.

Fue el científico más prominente a la hora de descubrir y describir con elegancia sistemas capaces de explicar aspectos elementales de la naturaleza. Trabajos sobre los cuales, años más tarde, se fundamentarían sistemas mucho más complicados, como la teoría de la relatividad de Einstein. En resumen, enseñó al mundo lo que significa que la ciencia hable por sí misma como la autoridad que es. Y es este mismo hecho el que es especialmente necesario en una actualidad donde el auge de los movimientos negacionistas son el pan de cada día.

Sin embargo, el legado de Newton no sólo reside en sus acciones, sino en su propia figura. La figura de Newton es una de las más relevantes cuando hablamos de ciencia, pero, también es la figura del hombre de ciencia desinhibido, capaz de ser mezquino con tal de apoyar ciegamente la autoridad de la ciencia en la que tanto empeño pone. Sus constantes actuaciones públicas de dudoso carácter de las que se ganaría cierta reputación no hacen sino sustituir uno de sus mayores lemas por otro de igual importancia: el mayor error de un científico no es sino pisotear los hombros de los gigantes sobre los que camina.

Una vida complicada

La infancia de Newton no fue nada sencilla. Nació de forma prematura en 1643 en Woolsthorpe Manor, pocos meses después de la muerte de su padre. Su relación con su madre tampoco fue muy buena que digamos, ya que a los tres años decidió dejar al pequeño Newton a cargo de sus abuelos para irse a vivir con su nuevo marido.

Varios años más tarde, tras la muerte de su padrastro, Newton escribiría en una lista de sus pecados cometidos su arrepentimiento por «amenazar a mi padre y a mi madre con quemarlos a ellos y a su casa». Resulta lógico pensar que estos sucesos traumáticos de su infancia le llevaron a ser la persona fría, introvertida, y con pocas amistades que describían sus conocidos y compañeros de clase. Si bien en sus primeros años en la escuela Newton fue considerado vago y solitario (quizás, de nuevo, por su situación personal), no fue hasta que tuvo un incidente con uno de sus compañeros de clase lo que le impulsó a querer derrotarlo académicamente convirtiéndose así en el primero de su escuela.

A sus 18 años, tras haber tenido unos humildes comienzos en el terreno científico después de haber realizado pequeños experimentos y haber creado toda clase de artilugios, ingresó en la universidad de Cambridge. De esos pequeños experimentos podemos destacar el estudio de las propiedades de las cometas (que él mismo construía) y el haber podido calcular la «fuerza de la tormenta» solo saltando a favor y en contra del viento.

Su paso por la universidad fue tan errático como el resto de su vida. Rara vez acudía a sus clases ya que su interés estaba en la biblioteca. Más adelante, en 1663, conoció al matemático y teólogo Isaac Barrow, quien le dio clases de matemática hasta que rápidamente el alumno superó al maestro. Su fama empezó a crecer por aquel entonces, cuando inició correspondencia con la Royal Society (una de las sociedades científicas más relevantes de su época), momento en el que comenzaron sus muchas disputas con otros científicos como Robert Hooke o Gottfried Leibniz 

Contribuciones

Sus primeras contribuciones se pueden situar entre 1664 y 1667, donde abordó importantes problemas como el teorema del binomio o las bases de la mecánica clásica, que le servirían más adelante para su ley de la gravitación universal. En los años siguientes, Newton trabajaría en problemas relacionados con la óptica y la naturaleza de la luz. Demostró que la luz blanca está formada por una banda de colores que podían separarse gracias a un prisma. Este experimento se haría famoso de nuevo en la década de 1970 gracias a la portada del disco de The Dark Side of the Moon de Pink Floyd.

Su obra más importante se demoraría hasta 1687. Este libro se puede considerar la síntesis de su legado científico: el Philosophiae naturalis principia mathematica (“principios matemáticos de la filosofía natural”) o simplemente conocido como Principia, ya que los títulos de aquella época tendían a ser de todo menos memorables. En él describe los fundamentos de la física y la astronomía en el lenguaje de la geometría pura. En este libro están descritos también, con gran detalle (quizás demasiado), sus 3 leyes del movimiento, a partir de las cuales desarrolla la ecuación que se convertiría en la “ley de gravitación universal”. 

Los últimos años de su vida los pasaría escribiendo tratados sobre alquimia, la ciencia que más amaba pero que estaba prohibida en su época. Pese a que sus contribuciones en este ámbito no hayan trascendido tanto y siempre será recordado como “el físico Isaac Newton” realmente es el tema sobre el que más escribió; más de un millón de palabras si se combinan todos los trabajos.

Newton vs Leibniz

En uno de los episodios de polémica más intensos y agrios de su vida, Newton y Leibniz mantuvieron una feroz batalla campal sobre la autoría del cálculo infinitesimal hacia finales del siglo XVII (las derivadas e integrales que tantos estudiantes llegan a odiar son parte de esta rama de la matemática, cuyos autores parece que también llegaron a odiar por otros motivos).

Cuando Leibniz registró su descubrimiento del cálculo comenzó a recibir crédito por ello, cosa que a Newton no le gustó nada. Newton mantenía que él había descubierto el cálculo hacía años, en 1665-1666 (es difícil determinar una fecha exacta cuando sus declaraciones eran tan cambiantes), durante sus primeros años de universidad, solo que no llegó a publicarlo porque no estaba del todo satisfecho con las justificaciones matemáticas de la obra, de modo que mantuvo los escritos guardados en un cajón.

La tensión era tal, que en 1704, en su obra Opticks, Newton incluyó un párrafo a modo de alusión al “robo” por parte de Leibniz y más tarde llegó incluso a escribir que “los segundos inventores no tienen derechos”, cosa de la que se arrepentiría en sus últimos años.

Finalmente, en 1714, tras una retahíla de discusiones, acusaciones y actuaciones orgullosas, ambos decidieron dejar el asunto en manos de la Royal Society. Tras mucha deliberación, esta declaró a Newton como único inventor del cálculo y acusó de plagio a Leibniz. Sin embargo, lo que este último no sabía es que el presidente de la Royal Society era Newton desde hacía poco, de modo que seguramente el voto estuvo condicionado. Por suerte, a día de hoy esas viejas rencillas ya casi no se recuerdan, de modo que se les da el mismo crédito a los 2, aunque en las escuelas se sigue enseñando la notación de Leibniz, por su comodidad.