Ingreso mínimo vital: con el hambre no se juega

Ingreso mínimo vital

El ingreso mínimo vital es una de las medidas sociales más reclamadas en los últimos meses. Medida que según el Ministerio de Seguridad Social, ayudará a 850.000 familias. Muchas de ellas en el umbral considerado de extrema pobreza. Se traduce en 2,3 millones de personas.

La brecha digital y generacional, el lenguaje burocrático y la impotencia hacen que muchos de aquellos que tienen derecho a acogerse al ingreso mínimo vital, desistan. Se queden atrás. Como se explica, ese porcentaje de gente que se queda fuera se denomina tasa de no-aceptación, así lo cuenta el economista Julen Bollain.

Incertidumbre

Manu coge el teléfono. Marca el 900 20 22 22 y llama. Vuelve a llamar. Lo vuelve a hacer. Repite la acción. Lo hace de nuevo. Hasta 120 llamadas en total en su registro. “Solo una de las 120 entró en el sistema y fue para que una máquina me dijese que, por el volumen de llamadas, no podían atenderme”, enuncia y se lleva la mano a la cara. Menos mal que es un teléfono gratuito. Colapsado, pero gratuito. El Instituto Nacional de la Seguridad Social (INSS) no ha soportado la incertidumbre de tantas familias.

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Ademas, la medida pudo ser más ambiciosa. De hecho, algunos economistas piden que no sea temporal. Que pase a ser una renta básica incondicional. Que salve a los más vulnerables, que elimine la pobreza de raíz. Julen Bollain decía en la entrevista con lamordaza.com que podría salvar a muchas mujeres de proseguir en casa con sus maltratadores, de los que dependen, en muchos casos, económicamente.

La primera vez que María coge un ordenador es para pedir perdón por solicitar 461 euros. La primera vez que Manu llama más de 100 veces a un número de teléfono y no recibe respuesta es para no perder la esperanza. 

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