El Golpe de Estado en Bolivia, una mirada retrospectiva

Hace ya varios días vimos cómo Evo Morales “dimitía por consejo de las Fuerzas Armadas”, a la vez que Jeanine Áñez, biblia en mano y Dios en el corazón, se proclamaba presidenta interina de Bolivia con solo un tercio de apoyos (sin quórum) en el Parlamento, y Williams Kaliman, comandante de las Fuerzas Armadas, le colocaba la banda presidencial.

Tras esto las protestas eran inevitables. Los indígenas salieron a las calles a denunciar el golpe que se estaba produciendo (pasó alrededor de dos días entre que Evo tuvo que dejar su cargo y Áñez lo asumió), y la represión de la policía y el ejército ha sido implacable.

El gobierno de Áñez aprobó un decreto que exime de responsabilidad penal al ejército en su represión al pueblo boliviano, que asesinó impunemente a más de 30 manifestantes. Una vez consolidado el gobierno en el poder, se han permitido derogar este decreto, no vaya a ser que se note demasiado el carácter reaccionario y autoritario del nuevo gobierno.

Sin embargo, esto comenzó antes. En el recuento de las elecciones del 20 de octubre hubo un parón de información durante 23 horas, tras el cual apareció Evo como vencedor, con 10 puntos por encima de Carlos Mesa. Este parón, obviamente, ha levantado grandes sospechas sobre la legitimidad de estas elecciones y, aunque todavía no ha sido confirmado, se sospecha que hubo fraude electoral.

Además de esto, Evo estaría desobedeciendo a la propia Constitución, que no le permitiría volver a presentarse como presidente, aunque el Tribunal Constitucional le dio el visto bueno, ya que limitar una nueva reelección “atentaría contra sus derechos políticos”.

Este supuesto fraude y esta peculiar jugarreta con la Constitución son los argumentos principales por los cuales se defiende y/o se justifica el golpe de Estado de Áñez y compañía.

Sin embargo, me gustaría ir un poco más atrás en el tiempo. Precisamente, al 22 de febrero de este mismo año, cuando salió a la luz que Bolivia posee unas reservas de 21 millones de toneladas de litio, las mayores de todo el mundo. Este material es utilizado para la construcción de baterías de teléfonos móviles o coches eléctricos, entre otros.

Es, por tanto, un elemento clave en el desarrollo industrial de este siglo. Bolivia había cerrado ya un trato con una empresa alemana para explotar conjuntamente el litio, aunque tuvo que cancelarlo por las protestas de los ciudadanos de Potosí (la región donde se encuentra el litio), y otro trato con una empresa china, que se encargaría de distribuir el material por Asia. Además del litio, Bolivia dispone de grandes reservas de otros materiales mineros, como oro, plata, zinc, etc., y unas grandes cantidades de reserva de gas natural.

Si vemos qué países son los primeros en dar reconocimiento a Áñez y quiénes se niegan a hacerlo, veremos que se trata de un problema geopolítico, dentro de un contexto de guerra comercial entre EEUU, Rusia y China. EEUU (conocido por su afición a los golpes de estado en Latinoamérica) y Brasil (nuevo amiguete de EEUU y hostil con el crecimiento de influencia de China en el mundo), fueron los primeros en apresurarse a reconocer a Áñez como legítima presidenta de Bolivia, seguida de la Unión Europea y luego de Rusia.

Así pues, si bien este golpe tiene detrás una gran cantidad de intereses diferentes tanto de las clases más ricas de Bolivia como de otras potencias, me gustaría hacer hincapié en el interés geopolítico de una potencia como EEUU. El tiempo dirá si sus intereses son explotar las reservas de litio más importantes del mundo sin mucho impedimento, pero lo que sin duda conseguirá con ello no es solo un beneficio económico gigante, sino paralizar una potencia en potencia (válgase la redundancia) como puede ser una Bolivia con tal poder adquisitivo y control sobre uno de los materiales más importantes del mundo, libre del yugo del neocolonialismo y las dinámicas de la economía de la dependencia.