El Día de la Victoria y la lucha ideológica

Bandera comunista en el balcon

Hoy, 9 de mayo, se celebra el Día de Europa, de la misma manera que el 1 de mayo se celebra el Día del Trabajo y el 8 de marzo el Día de la Mujer. Hay algo común en estas tres jornadas: son días de conmemoración del pueblo trabajador a los que, con el tiempo, se les ha arrancado su carácter combativo y de clase.

No es el Día del Trabajo, es el Día Internacional de la Clase Trabajadora, en memoria de los mártires de Chicago. No es el Día de la Mujer, es el Día de la Mujer Trabajadora, aprobado por primera vez en 1917 en la Rusia revolucionaria. Y no, no es el Día de Europa, es el Día de la Victoria, el día en el que la Alemania nazi firma la rendición incondicional, días después de la flagrante derrota ante el Ejército Rojo a las puertas de Berlín, y días después del cobarde suicidio de uno de los mayores genocidas de la historia (y, todo sea dicho, apoyado y financiado por grandes empresas como Volkswagen, Hugo Boss o Nestlé): Adolf Hitler.

LUCHA DE CLASES

En el marco de una sociedad de clases, como es la actual, y como lo han sido todas las sociedades desde el origen de la propiedad privada (cuando hablamos de propiedad privada nos referimos siempre a la propiedad privada sobre los medios de producción, no sobre tu móvil o tu coche), destacan, por encima de las demás clases existentes, dos clases en pugna, dos clases cuyos intereses son diametralmente opuestos. En el caso del sistema productivo capitalista hablamos de los grandes capitalistas y los trabajadores, o, en términos clásicos, burgueses y proletarios. Es decir, de aquellos que poseen los medios de producción y aquellos que deben venderse a sí mismos en el mercado laboral.

LUCHA IDEOLÓGICA

Dentro de este marco de lucha de clases existe, como no podía ser de otra manera, una lucha ideológica encarnizada. Para mantener el orden de una sociedad, además de los cuerpos represivos, es necesario un consenso ideológico, una moral y unas ideas compartidas por el conjunto de la sociedad para evitar el conflicto. Pero si destacan dos clases, como hemos dicho,  con intereses diametralmente opuestos, ¿cómo es posible que las ideas compartidas por la sociedad sean, efectivamente, beneficiosas para el conjunto de esta, para estas dos clases por igual? No es posible, precisamente porque sus intereses materiales son contrarios. Y es aquí donde se gesta la lucha ideológica entre las clases en pugna.

Así pues, si suponemos que estas dos clases principales (que, reitero, no son las únicas existentes) –trabajadores y propietarios- toman consciencia para sí, es decir, entienden cuáles son sus intereses materiales y por qué son antagónicos, nos encontraríamos con una situación de conflicto sangrante y abierto. El papel de la ideología dominante es, por tanto, esconder y apaciguar este conflicto, y una de las herramientas que tienen las clases dominantes es, precisamente, la deformación de la historia, arrancar de ella –sólo en apariencia- su propio motor: la lucha de clases.

De esta manera nos encontramos con que el sistema capitalista acaba absorbiendo jornadas de lucha o figuras que han ido en contra suyo, como el Che Guevara o Frida Kahlo, y les arrebata su esencia: la oposición revolucionaria al sistema actual. Es por esto que debemos reivindicar estas jornadas de lucha como lo que son: victorias históricas de la clase trabajadora.